domingo, 4 de mayo de 2014

LA CENA. Texto incluido en el libro “El tamaño no importa IV. Textos breves de aquí y de ahora” editado por la Asociación de Autores de Teatro.


VERONÉS.– ¿Herejía?
AMIGO.– Así es.
VERONÉS.– Me acusan de herejía por pintar un cuadro sobre
Cristo en la última cena. No es posible.
AMIGO.– Lo es.
VERONÉS.– Se han vuelto locos.
AMIGO.– Quizás. Pero... lo que has pintado... reconoce que no
es una última cena normal.
VERONÉS.– Yo no soy un pintor normal. Yo soy Paolo Caliari,
el Veronés; las iglesias y los palacios de Venecia están repletas
de obras mías.
AMIGO.– Ya, pero escúchame.
VERONÉS.– Escúchame tú a mí. Esto es un atropello y no
estoy dispuesto...
AMIGO.– Basta. No te das cuenta de la gravedad del problema.
No se trata de que un cliente no esté contento con el
resultado de un encargo y que proteste por ello. No. Se
trata de algo mucho más grave.
VERONÉS.– ¿Cómo de grave?
AMIGO.– El tribunal de la Inquisición.
VERONÉS.– ¿Qué has dicho?
AMIGO.– Paolo, te van a procesar.
VERONÉS.– ¿El tribunal....?
AMIGO.– La Inquisición, sí.
VERONÉS.– Yo no soy un brujo, ni un judío, ¿qué se han
creído?
AMIGO.– Lo sé, pero eres un pintor conocido, y cuando tratas
temas relacionados con la fe, tienes que atenerte absolutamente
a la ortodoxia. ¿Qué pasaría si los fieles, al acudir a
las iglesias, adoraran una imagen con un Cristo alegre y riendo
en plena crucifixión...? O qué se yo, cualquier disparate
por el estilo.
VERONÉS.– Mi pintura no es ningún disparate.
AMIGO.– Lo sé. Yo creo que es una buena obra, pero sería
muchísimo mejor con algunos cambios.
VERONÉS.– ¿Qué clase de cambios?
AMIGO.– Verás, hay elementos impropios.
VERONÉS.– ¿Elementos impropios? Propio, impropio, ¿qué
es eso de impropio?
AMIGO.– Está bien. Elementos irreverentes, irrespetuosos, ¿te
gusta más así?
VERONÉS.– Pero dime cuáles.
AMIGO.– Por Dios, lo sabes de sobra.
VERONÉS.– Te aseguro que no.
AMIGO.– Está bien, te lo diré. Hay dos animales en la composición.
VERONÉS.– Te equivocas, no hay dos animales.
AMIGO.– ¿Cómo que no? ¿Crees que estoy ciego? Ahí veo un
perro y aquí un gato.
VERONÉS.– Hay tres animales. ¿No has visto el azor?
AMIGO.– ¿Qué?
VERONÉS.– Aquí.
AMIGO.– Ah.
VERONÉS.– El Santo Tribunal no ha descubierto mi azor, y
eso que ellos son «El ojo de Dios».
AMIGO.– De acuerdo, hay tres animales, más a mi favor. La
santa cena fue una reunión de Apóstoles, y todos ellos eran
personas; cuando Cristo decidió elegir a sus discípulos no
optó por perros y gatos para continuar su divina obra en su
ausencia, que yo sepa.
VERONÉS.– Tú eres el irreverente al pensar que mis animales
son figuras sagradas. Simplemente trato de ambientar la cena,
quiero que el espectador que contempla mi cuadro se regocije,
disfrute con un ambiente que le sugiera placidez, para
ello introduzco elementos que enriquezcan y...
AMIGO.– No se necesita ningún perro para contar la última
cena.
VERONÉS.– ¿Qué se necesita según tú para contar esa historia?
AMIGO.– Jesucristo nuestro Señor y los doce apóstoles. Solo eso.
VERONÉS.– ¿Y no se necesita una mesa y asientos y platos y
un techo y suelo y paredes y alimentos?
AMIGO.– Sí, pero no animales.
VERONÉS.– ¿Y ese es motivo suficiente para procesarme?
AMIGO.– Hay más. Has pintado soldados alemanes, de religión
protestante.
VERONÉS.– Su uniforme es hermoso. Además, si hubiera
pintado el uniforme de nuestros soldados, se me acusaría,
porque días después esos mismos hombres crucificaron a
Cristo.
AMIGO.– ¿Y todos esos trajes elegantes y ese lujo?
VERONÉS.– Vivimos en una ciudad que adora la ostentación,
y a mí me gusta reflejarla en mis obras, eso me ha
dado fama y hace que la gente disfrute con mis cuadros.
¿Por qué no servirme de ello para hacer más cercana la vida
de Cristo?
AMIGO.– Y los enanos y los bufones, ¿cómo explicas eso? Y
los personajes negros y turcos.
VERONÉS.– Ya te lo he dicho, es ambientación.
AMIGO.– Pero reconoce que no es una imagen que transmita
fervor, ni austeridad, todo es demasiado... excesivo...
VERONÉS.– Mira a tu alrededor. Visita las iglesias o las mismas
casas de los que quieren condenarme. ¿Dónde está la
austeridad? Todo es lujo y ostentación.
AMIGO.– Te haré el favor de fingir que no he oído eso, por la
amistad que nos une.
VERONÉS.– O nos unía.
AMIGO.– ¿Qué?
(Silencio.)
AMIGO.– En fin, te voy a ser sincero, casi todo en tu cuadro
huele a sacrílego: la gente que limpia, los niños jugando, y
ese enano bufón en primer plano.
VERONÉS.– Te preocupa mucho el bufón, ¿verdad? ¿Es que
te ves reflejado?
AMIGO.– Cristo y un bufón no pueden estar tan cerca.
VERONÉS.– (En voz baja.) Lo están en muchos de vuestros
recintos.
AMIGO.– ¿Qué?
VERONÉS.– ¿Qué decías?
AMIGO.– Decía que Cristo y un bufón no pueden estar juntos,
podría interpretarse mal.
VERONÉS.– Tú eres el que interpretas mal.
AMIGO.– Te crees superior a nosotros, ¿verdad? Crees que tú
eres más puro y más digno, y que nosotros somos los retorcidos,
porque vemos lo que no hay, en tu devotísima obra.
Está bien, santo patrón de los pintores libres, explícame
algo. Si de verdad quieres mostrar a un Cristo honorable y
que inspire piedad, porque en lugar de pintar el pan y el
vino que prescriben las Sagradas Escrituras, lo pintas dispuesto
a devorar una pierna de cordero.
VERONÉS.– ¿Es que a ti no te gusta el cordero?
AMIGO.– Sabes que soy un amante de la buena mesa, pero
Cristo...
VERONÉS.– Cristo nunca comió cordero, ¿eso también está
en las Sagradas Escrituras?
AMIGO.– No comió cordero en la santa cena, te lo aseguro.
VERONÉS.– Está bien, en mi cuadro hay un problema de
menú, y, claro, por eso la inquisición deberá castigarme severamente.
AMIGO.– Es algo más que un problema de menú. Te lo expondré
claramente: o cambias los aspectos considerados
blasfemos de tu cuadro, o nos veremos obligados a procurar
incondicionalmente la destrucción del lienzo.
VERONÉS.– ¿Ah sí? ¿Y cómo lo vais a destruir, rajándolo?
No. Supongo que así no, porque alguien lo puede rehacer.
Ya sé, lo quemaréis, os gusta quemar, creo. Eso estaría bien.
En un auto de fe público, después de quemar a unas cuantas
brujas y herejes, haréis, en la misma pira, arder mi cuadro;
¿le pondréis las ropas de condenado y lo ataréis? Ah, pero,
por otro lado, puede resultar un poco grotesco para los
devotos ver arder la figura de Cristo y de los apóstoles;
deberíais quemar tan solo a los bufones, los perros, los moros
y los negros del cuadro. O quemarlo en secreto.
Pero no, tal vez eso no sería suficiente, porque quién os
asegura que yo no volvería a pintarlo; tengo los bocetos, no
me costaría demasiado trabajo. Así que..., maldición, seguramente
me vais a tener que quemar a mí con el cuadro.
AMIGO.– No nos retes.
VERONÉS.– Seríais capaces de hacerlo. Lo sé, habéis acabado
con otros más importantes que yo. Pero no os resultaría
cómodo, ¿verdad? No os gustará hacerlo.
AMIGO.– Yo he venido aquí como amigo, de verdad, créeme,
no te conviene nada enfrentarte al Santo Oficio.
VERONÉS.– En cualquier caso, me podría librar, reivindicando
ante el sagrado tribunal la licencia que se concede a los
poetas y a los locos.
AMIGO.– No será suficiente, te lo aseguro.
VERONÉS.– No voy a destruir mi obra.
AMIGO.– Eres obstinado.
VERONÉS.– Sabes que no. Soy muy razonable. Siempre lo he
sido.
AMIGO.– Pues tu Última cena no debe exhibirse en público.
VERONÉS.– Está bien.
AMIGO.– Lo admites.
VERONÉS.– Sí, ¿por qué no?
AMIGO.– Cambiarás tu obra.
VERONÉS.– Nunca. Ya te lo he dicho.
AMIGO.– La destruirás, pues.
VERONÉS.– Tampoco. Se quedará tal y como es para siempre.
Pero no ofenderá a nadie. Créeme.
AMIGO.– ¿Cómo obrarás el milagro? ¿Piensas que por haber
pintado tantas veces a Cristo y a sus santos, ellos te han
contagiado la capacidad de hacer prodigios? ¿Cómo harás
que se libre de las iras de la Inquisición tu Santa cena?
VERONÉS.– ¿Mi Santa cena? ¿De qué hablas?
AMIGO.– De este cuadro.
VERONÉS.– Este cuadro no es La santa cena.
AMIGO.– Pero aquí pone...
VERONÉS.– Es una errata. Cambiaré el título enseguida, esta
es La cena en casa de Leví; ya sabes, aquella cena también está
en la Biblia, ¿verdad? Y las Sagradas Escrituras no dicen
nada de que Cristo aquel día no comiera cordero, ni hubiera

bufones, perros o gatos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario